El Chef Karamelo Von Appetit (no, no es Bon Appetit, este chef tiene familia alemana), os ofrece los secretos para conseguir la Crème de la Crème, vitaminas S, L y B.
Buena educación es lo mínimo que
se pide para tener un comportamiento socialmente atractivo y si muestras un curriculum de actos que den por hecho que eres de fiar para que, pase lo que
pase, provoquen olas de “no me lo puedo creer, es imposible, si es una
bellísima persona…”, mejor que mejor. Muchos han sido adiestrados (que no educados) en el saber estar, dar las “gracias”, “por favor”, un
“lo siento” a tiempo, una llamada para interesarte por el estado de la persona
a la que quieres demostrar cuánto te importa.
Los actos que el ser humano logra comenzar
y por supuesto, terminar, retratan a sus hacedores, ante todo verbos y en grandes
cantidades.
Hay innumerables estereotipos que nos
brindan seguridad cuando nos relacionamos, si aprobamos esas cuerdas en las que
se manejan haremos un suculento hueco en nuestras vidas. Parece tan sencillo, para algunos es como
coleccionar cromos, se ven pasar las fichajes mientras se declara “Sile, nole,
sile, nole” y como se han escuchado tantas historias absurdas e increíbles sobre
otros que se han visto de pronto inmersos en situaciones detestables e
inverosímiles, batallas que obligan al mundo a pensar eso de “algo habrás hecho
porque a mí esas cosas no me pasan”, para que con este visto bueno, de “sile”, aunque
en realidad no le tienes, pero como no le quieres, le desechas al País de Nunca Jamás
donde van los perdidos que no supieron hacer como se debe su selección de
cartas.
Y si todos somos tan listos y tenemos tanta
claridad de miras y de intelecto emocional no me explico que haya tanto sufrimiento
manifiesto, esas tonterías que no los son tanto si han logrado ahuyentar
nuestro plácido sueño. A ver si nos faltan tablas, a ver si aparte de
prejuzgar con reglas más que cuestionables, nuestros pilares que nos elevaron a
sentirnos “la crème de la crème” de nuestro mundillo amenazan con derrumbes.
Cae la primera piedra, y te aferras a tu
imponente muro de normas sociales, te niegas a atajar las grietas y pasa lo que
pasa. Pero incluso entonces, no falta quienes prefieren muros de paja o palos,
con tal de no saber qué nos arrasa.
Una buena crema requiere los mejores
ingredientes y esos no se cuecen con reglas ni leyes. Son ingredientes de
intuiciones vivas aun pisando los diccionarios de la tradición, no puede faltar
la sal para que la crema dure y de paso cauterice evitando amenazas que destrocen tu sabor; tampoco puede faltar la luz que solo el
auténtico protagonista de su vida puede dar a su pócima, esa luz que solo brilla si
la dejan ser libre y expresarse conforme a la esencia que está llamada a ser y
eso no siempre implica montañas de actos en números (y no precisamente rojos).
Ponle lo que quieras, pero que sea muy
tuyo, intenta no adulterarla porque entonces la
crème se corta o sabe rancia, pero si es lo que querías, adelante, incluso
puede que logres magníficas imitaciones a la sombra de Un Magnate, aunque a mí no me gustaría perderme el inconfundible placer de conseguir tu auténtica crème.
Y llegados a este punto me veo en franca desventaja porque me ha
costado mucho descubrir, que las
“Crèmes” que llenan mis paladares artísticos de destellos de
vidrieras, no abundan y solo estoy seguro de su deliciosa autenticidad si las
pruebo en esas cantidades pequeñas que se ofrecen sin etiquetas. Mmmm… ¡Tonterías?
Con tanto paladear me han entrado unas ganas locas de ser Crème de la Crème y como Chef pastelero (espero que no empalagoso), te confieso un secreto incuestionable, esta receta solo la puedes sacar adelante en ese lugar que amasa al galope.
Ahora sí, ¡Bon Appetit!
Ahora sí, ¡Bon Appetit!