El Chef Karamelo os trae una experiencia repleta de vitamina B (Brisa):
Ese
incesante tránsito de preocupaciones lisiadas que arrastran mochilas del tamaño
de un elefante pueden viajar por mi cabeza sin límites de velocidad. Mis peajes sí
pasan facturas porque terminan limitando las conexiones de la risa espontánea,
del atrevimiento, de las ideas geniales que edifican relatos, de las cosquillas
en los pezones, de la brisa de ilusiones que se funde con la que revolotea para hacerme el amor dulcemente.
Pero
estos días desde Deyá, bebo miel de atardecer en mis sentidos.
El
atardecer es un beso de colores que estalla para abrir los límites del
horizonte y hacerlos aún más infinitos. El atardecer es una explosión de valor
con dulzura, de fuerza flexible, de pétalos de rosa embalsamados entre olas de
nubes y cielo de aguas inmensas. El atardecer es el abrazo de la luz a la noche
para que brille en la ausencia. El atardecer es la pincelada perfecta del artista, que enamorado, nos regala su ser mujer. El atardecer es acogida y despedida, es
la puesta en escena de elementos que pertenecen a la profundidad de la mirada
que capta el milagro presente y eterno. El atardecer es la música que brilla en
la frecuencia justa y susurra los “te quiero” a cada oyente observador. El
atardecer son elevaciones de efervescencias que se absorben por los poros de la
piel para ponerla en flor.
El
atardecer es dejarse ir con alas de vapores de hogar que encienden fuegos de
intimidad ardiente.
El
atardecer es dejar que te broten las estrellas regaladas por el Sol cuando
canta la nana que acuna tu libertad, descargas de luz sobrecogen tus puntos
esenciales y confluyen en la columna vertebral suspirando latidos.
El
atardecer es el final apresurado de un balón lanzado a cámara lenta desde el
este para hacer canasta en el oeste.
El
atardecer es silencio en el alma para recibir como se merecen las sensaciones
que la alimentan.
El
atardecer son estampas de vitaminas que nuestro recuerdo almacena preciosas
para recargarnos cuando sea preciso.
Desde
Deyá contemplo el milagro que atardece en mis entrañas para que broten los
latidos que vitalizan la masculinidad que me alcanza vibrante mientras canta: “Estoy
enamorado y qué bien me hace amarte…”