jueves, 18 de septiembre de 2025

AMANTES DE MEMORIAS DE ÁFRICA. IN MEMORIAM ROBERT REDFORD. 16 de Septiembre de 2025.




Era adolescente cuando se estrenó la primera película que se me colaba por dentro, porque Superman, había conseguido sobrevolar mi despertar a la atracción del otro sexo, pero no logró despegarme del suelo. 

 Ojalá pudiera precisar el número de veces que la he visto, pero es como si redujera los regalos de mi vida a una cantidad, en vez de deleitarme en el placer de saborear cada uno de sus matices al saberlos presentes. Ninguna producción ha podido sustituirla, al contrario, pasan los años y voy entendiendo aún más por qué Memorias de África es mía.

Con la mayoría de edad, me atraía Karen: elegante, atractiva, moderna, con capacidad de decisión, valiente y capaz de relatar historias apasionantes.

Y Denys, mi héroe… ¿Encontraría alguna vez yo un hombre así? El perfecto amante, inteligente, de conversación deliciosa, generoso, detallista y aventurero. Me inquietaban sus dificultades para asumir compromisos, mi esqueleto se plegaba como un acordeón, buscaba culpables y mi dedo le señalaba a él, pero a la vez le comprendía y adoraba. La razón se imponía a algo que yo no estaba dispuesta a escuchar.

La película no era nada sin la música. Cada melodía accionaba un clic en mis emociones vírgenes, alertándolas de un inimaginable universo todavía por conquistar. Adoraba ese momento exclusivo, en el que los amantes me llevan de paseo en avioneta para contemplar el paraíso desde las alturas. ¿Encontraría alguna vez al hombre que me elevara con esa música de amaneceres corriendo por mi torrente circulatorio?

Con lo que yo creía que era mi primera historia de amor, la llantina comenzaba en el instante en que se conocen: cuando tu tren, Karen, se detiene ante él. 

—¿Cómo puedes estar preocupada por tu porcelana de Limoges cuando conoces al amor de tu vida? —le preguntaba a la protagonista en mis sueños.

—Porque son mis pertenencias y me gusta cuidar de ellas. No vamos por la vida con un manual de instrucciones, no te lo tomes así —me respondía.

—¿No te das cuenta? Denys te mira como lo hace un profundo aventurero y te regala palabras sabias. ¡Cómo no voy a llorar si estoy asistiendo al primer encuentro de un amor verdadero! Cómo no impacientarme cuando se va tejiendo el camino hasta ese instante en el que él te dice: “No te muevas”. 

—El tiempo se para en esa fusión…

—Jamás volvisteis a ser los mismos, porque el amor busca templos donde ser venerado —grité a Karen mientras desaparecía dejándome ávida de respuestas. 

¿Habría encontrado a mi hombre? ¡Cuántas búsquedas me quedaban por delante! ¡Cuántos encuentros y desencuentros! La sabiduría del amor tocaba sus campanas para mí pero, ¿para quién más?

Llegaron las épocas en las que estaba furiosa con Karen. Ella viaja a África para vivir su título de baronesa. Necesita estar casada y luchar por una relación-negocio en la que es obsequiada con una sífilis que le obliga a parar y a renunciar a ser madre. Pero continúa su aventura personal que no espera a nada ni a nadie y encuentra la energía que mueve el cosmos: una relación sin contratos de interés, sin cuentas compartidas ni ganancias económicas. 

El regalo de mi propia ruptura se impuso para abrir caminos de búsqueda pasiva. Nueva etapa de luchas despiadadas por mi libertad en la que Memorias de África me alentaba a confiar en el destino. Hablaba con mi desconocido futuro amor, le contaba las revoluciones cotidianas, le enviaba interpretaciones musicales en la soledad de mi coche, porque él existía en esa melodía que precisaba de un timbre viril para traspasar mis huesos con sus colores. Pero sobre todo, en esta época no quería perder el tiempo con relaciones que no me aportaran, prefería vivir como Karen cuando decide aceptar su separación y volcarse en el cuidado de la plantación y de los kikuyus. Yo también me sumergí en mi mundo y sus circunstancias, dejando que el destino despejara el camino de mi ansiado encuentro… 

Los años pasaban y mi anhelado hombre no aparecía y, lo peor, es que ninguno de mis pretendientes lograba abrir en mí ni una rendija por la que colarse.

—¿Por qué lo echas todo a perder, Karen?

—La mayoría de las relaciones son un negocio y el amor esa nebulosa que damos por hecho. Yo quería tener lo que tenían otras… —me aseguraba ella en mis sueños.

—¿Qué es más importante sentir con tu amante o tener un pacto con ese hombre o mujer? ¿Acaso el amor es un acuerdo de vida compartida en el que no se puede vivir la propia vocación porque solo existe un camino conjunto, que siempre bloquea el propio? 

—El amante nunca entorpece al amado, lo estimula. Exclusivamente ama y ama con el alma porque, con un título y una vida a medias, no se garantiza el seno del que debe emanar esa energía poderosa —me confesaba tomando té en el porche de su granja.

—Ojalá yo también encuentre un amante que me haga volar.

—Y tocar el Cielo… 

—Pero el amante no es Barón y no va a estar sujeto a tus controles de calidad social, Karen.

—No te pongas así conmigo, querida. Soy humana, obré conforme a unas pautas que a la mayoría le sirven. Yo tenía una granja en África… 

—Pero no le posees a él, Karen, como se vive una relación de tantas, porque el amor no entiende de posesiones. Cuanto más forzamos al amor, libre por definición, más lo adulteramos.

—Te deseo mucha suerte. Denys casi lo consigue —me susurraba con una acaricia antes de desaparecer para dejarle espacio a él.

—¿Encontraré a un amante como tú, Denys, que me salve de los leones? ¿Una persona que me regale su pluma para que siga mi camino? ¿Aparecerá ese hombre que me obsequiará con su brújula cuando esté perdida?

—Confía querida. Estar con mi amada es una fiesta permanente. Adoro escuchar las historias de Karen mientras la luz emerge cual luna llena de palabras y ojos ávidos de aventuras —me declaraba.

— Pero el hombre viajero está demasiado seguro de sus sentimientos como para pensar en las preocupaciones de su amada, que ha firmado el cese de una titulación decorativa y necesita sellar cual condena su amor. 

—En el amor no existen ataduras… 

—Cuando Karen comprende que tú, Denys, no formarás nunca parte del mobiliario de su granja, renuncia a la libertad de amar y sentirse amada, la más inmensa de las posesiones.

—Si quieres ser amante, debes aceptar que las historias pueden elegir diversos finales —expresaba con dulzura— aunque recuerda, el amor verdadero es eterno, pase lo que pase.

—Toda la película pensando que eres tú, Denys, quien no eres capaz de mantener una relación estable y finalmente la mujer amante, ex baronesa, provoca una convulsión en el mundo. Porque cuando una historia de amor verdadero se rompe, el universo sufre una catástrofe, como un tsunami que devasta cualquier latido. 

—Sin Karen, nada tiene sentido para mí, porque ni con toda la libertad del mundo merece la pena continuar —aseguraba mientras su voz se pierde tras el ruido del motor de una avioneta.

Pasaba el tiempo y a pesar de la espera, mi esencia femenina ansiaba encontrarle y, sobre todo, si el destino lo dispone, reconocerle. Porque sin esa magia embriagadora, ahora lo sé, la vida puede ser maravillosa, pero no extraordinaria. ¿Miedo? ¿Pereza? No, el amor no requiere esfuerzos, simplemente se muestra. “El Amante” carece de adjetivos, es el portador del amor puro. Puedes estar solo un instante con tu amado, pero el resto del tiempo sigues siendo amante porque es una forma de ser y de permanecer en el mundo. 

Una dulce melodía logra que mi tren se detenga. Mi amante del alma tiene rostro, pero lo descubro porque sus colores juegan a enredarse con los míos en abrazos de arcoíris que modifican mi anatomía, como la banda sonora de Memorias de África. Lo reconocí en el primer beso que movilizó los clics de mi esencia, ese primer beso que aún hoy me sigue estremeciendo bajo la misma lluvia que aquel día nos bendecía. Mi amante es la savia que alimenta la pluma de mi creatividad, mi amante me eleva con un poder sobrenatural a estados convulsivos múltiples, en ese espacio en el que lo terrenal y lo espiritual se hacen vida de placer en sublime fusión. 

¿Por qué no dejaste que siguiera su camino, Karen? ¿Por qué no confiaste en él? Lanzo mis cuestiones a los protagonistas de Memorias de África y dejo que mi amante sea lo que elija ser. Permito que las ausencias se impongan para preservar nuestro amor, porque el amor dicta sus tiempos de curas interiores, de viajes necesarios sobrevolando el mundo que dejarás atrás si eliges que esa fuerza vigorosa gobierne una existencia sin jaulas. Dejo que se vaya, que vuelva y en sus viajes saboreo su omnipotente presencia. 

Un paso, otro, y trazo mi camino que celebra la dicha de amar y saberse amada. No, mi ser amante no depende de que mi otro yo se estanque, mi esencia se mantiene sana porque existe otra dimensión que escapa de luchas y mezquindades. Nuestros encuentros son una celebración en la que fuegos artificiales estallan al fusionarse los centros de cada una de nuestras células. Ricas ofrendas en el altar de la dicha que alimentan la llama chispeante de nuestros puentes de color.

—¿Por qué no esperasteis a que vuestros caminos se acompasaran?  ¿Nos rendiremos nosotros a convencionalismos y vidas a medias? —les grito ahora mientras bailan el vals junto a la hoguera que ilumina la noche del safari…

Yo no quiero un amante como Denys; yo quiero ser como él: ¡Libre! Sin tener que pedir permiso a nada ni a nadie. Libre para volar, sin avioneta, de la mano libre de mi amado. Libre para ir, para volver, para viajar, para no salir, para no ir, para quedarme, para no dar explicaciones. Libre para salvar y ser salvada de los leones, libre para amar porque sí, libre para no poseer. Libre para ser con el otro canal y santuario. Libre para mostrar el esplendor de mis colores que forman un arcoíris que busca ser puente de agua y luz. Libre de elegir estar con otro ser libre que abre mi sonrisa profunda de intimidad satisfecha. 

Y mientras saboreo los manjares del presente con mi amante, sé que puede llegar un mañana, en el que el final de Memorias de África me muestre nuevos horizontes y, tal vez, lo descubra perfecto.

lunes, 12 de junio de 2017

HIBERNACIÓN ESTIVAL





HIBERNACIÓN ESTIVAL

Los pájaros se presentan con sus mejores honores, vestidos de prolongadas horas de luz y temperaturas ideales para que las gotas de agua salten felices de ser refresco vital.
Es tiempo sin tiempo, de ritmos pausados que conocen el valor de las sombras que genera la incandescente esfera en su ahora prolongado viaje desde el este hasta el oeste.
No, no me equivoqué con el título, prometo desvelar el contraste térmico e íntimo al que os invito.
El verano es época de lograr el estado de mayor equilibrio de increíbles logros, con los mínimos gastos energéticos. Es tiempo de lecturas iluminadas e iluminadoras con los tesoros descubiertos en el último viaje por El Retiro de los libros.
Es tiempo de permitir que Vivaldi y  Verdi tomen el gobierno de mis humores sanguíneos a ritmo de bellas pasiones en mi propia clave.
Es tiempo de que el pulso sea inmune a las aceleraciones de la gélida decepción que se empeña en imponer su ley fuera de los márgenes tolerados.
Es tiempo de fabricar tinta de fortalezas feroces gestadas en este estado de quietud inalterable.
Es tiempo de impedir el paso a los forajidos del amor que aniquilan con sus desatinadas heladas el flujo del Universo.
Es tiempo de escuchar el mar que acude para acariciar mi cuerpo yacente mientras evita que me alcancen los contaminantes disfrazados con sus mejores galas.
Es tiempo de reducir las inhalaciones oxigenantes para apreciar el incalculable valor familiar de quien nos regala nuestra dosis específica de risas chispeantes en el único proceso que nos mantiene.
Es tiempo de que el corazón sobreviva a la glacial asepsia sentimental, generando paredes sólidas que no se derritan con los vapores sulfúricos de los que gustan de tropezarse siempre con la misma piedra.
Es tiempo de recargarse sin cargarse, tiempo de evolución interior, de permitir que penetre el O2 preparado en exclusiva para mi uso y disfrute. 
Es tiempo de un hasta luego, de colgar el cartel de hibernación vital del alma. 
Porque hibernar en dejarse hacer por nuestra propia Naturaleza que puede transitar el camino de la sabiduría si entiende las inclemencias meteorológicas y confía en la homeostasis del ser humano.
Hibernar es aprender a no ser un ente contaminante para la Tierra que habito y con quien floreceré oxigenante la próxima primavera. 
Hibernar es latir a golpe de renovación sostenible que me procura la infraestructura coyuntural de mi metamorfosis oculta.
Hibernar es permitir que mis células logren los máximos con los mínimos, sin edulcorantes del ego que desencadenen una diabetes existencial.
Hibernar es crecer por dentro con lo similar para relucir de gusto por saberte en tu propia compañía.
Hibernar es ser autodidacta, autónomo, autor de ti mismo.
Hibernar es hacerte un ser inquebrantable y fortalecido en los brazos de la Sabiduría del oso que llevas dentro.
Hibernar es permitir que por las conexiones neuronales transiten nuestros sueños.
Hibernar es ser luna de cráteres de conocimiento, luna blanca y llena, que fulgura en mis noches estivales.

martes, 8 de noviembre de 2016

AMANECE EN USA Y SE ESCUCHA: "ROSEBUD". CIUDADANO KANE




Ante los acontecimientos inexplicables que vivimos en USA y que me conmocionan, trato de buscar respuestas y solo veo dólares con "CIUDADANO KANE" de portada.
Cuando amanezca al otro lado del Atlántico escucharemos: "ROSEBUD". 
Que nada ni nadie nos haga lamentar la infancia perdida, aunque la realidad se empeñe a aniquilarla.

sábado, 24 de septiembre de 2016

BOICOT



El Chef Karamelo os trae una suculenta muestra de BOICOT (¿una modalidad de entrecot?)...

¡Vaya, vaya! Quien me iba a decir que esta palabra tan cool para un buen guión cinematográfico lograría asentarse con tanta facilidad en lo cotidiano. Ya no hace falta que el objetivo sea una empresa multiusos, no, eso es la punta del iceberg, porque el boicot se instala en nuestros engranajes intrapersonales como lo hace el frío cuando consigue helarte hasta el corazón de tus huesos.

Existe tanta variedad boicoteadora que no sé por dónde comenzar…
Los Boicots indigestos son actos que se llevan a cabo con la mejor de las sonrisas y con el estómago retorcido por el empacho producido al tratar de digerir el éxito del vecino. No solo no lo tragas, flatulencias que suben, bajan y a lo peor se escapan creando un ambiente de mi… pero lo importante es ir soltando torpedos fugaces mientras sin saber cómo eres el artífice de una estrategia cuyo único propósito es boicotear los logros ajenos, que si han provocado en ti ese aluvión de manifestaciones orgánicas y dinámicas, es porque, reconócelo, el otro tiene éxito y tú, no.
Sí, es la envidia de toda la vida, solo que nadie va a reconocer que es un envidioso viciado, mientras que continúa su progresión hasta llegar a formar parte de poderosas armas mortales. Porque si cuando eres más pequeño y más mayor, te pasas el día comparándote, o te comparan otros, y tus logros lo serán si son más o menos que el mengano o fulano y si no consigues lo que la inmensa mayoría ha alcanzado no serás como hay que ser, ni tendrás lo que hay que tener; Si parece que hasta te jalean para que te pongas manos a la obra con acciones que sin saber cómo ni cuándo tiene que ver con el boicot. No es que no te alegres de la bonanza de otros, no es que además te cree desazón, no, es que vas a hacer lo imposible para que fracase, pero que conste, no eres envidioso. Boicoteador, tal vez, porque es como ser conquistador pero de las desgracias ajenas.
El boicot de pareja es un buen escenario para engancharse con este deporte, sobre todo cuando la víctima emprende el auto-boicot generando una  escala de comparaciones que asciende a velocidades prohibitivas por la DGT, y así terminan en terrible accidente porque con tanto comparativo y superlativo que se quiere hacer triunfar a toda costa, muere cualquier rastro de latido.
El boicot laboral es perfecto para conseguir ser un deportista boicoteador de élite , los afectos pueden quedar al margen, incluso aunque haya asuntos de cama de por medio al más genuino estilo Bond, porque los hay tan ocupados que solo saben tener una relación con los que están a mano, un tres en uno : bueno (porque requiere el mínimo esfuerzo), bonito (el ciego se cree el rey en el país de los tuertos) y barato (el tiempo que ahorras no tiene precio). Nada puede con la resistencia de fondo de quienes son capaces de dar tiempo, dinero e incluso de vender su alma al diablo para conseguir que el susodicho exitoso sea eliminado y solo el number one consiga la medalla de oro a las buenas prácticas boicoteadoras cuyo secreto jamás será desvelado.

¿Quién nos ha hecho creer que en el Universo no hay hueco para todos?
Aprovecharse del cariño de las personas y sabotearlas mientras adivinas los puntos débiles de la presa para que ella misma sea su peor enemigo, no tiene nombre.  
Pero no nos engañemos, existe el boicot elegido, hay quienes colocan en el centro de sus vidas a un ser boicotador, esos que hacen la herida y consiguen que les estás eternamente agradecido por curártela. Quien más chilla, quien más pesado se pone, quien mejor sabe tocar los cataplines, ese llega a su puerto sí o sí y sobran líderes y jefes que con tal de evitar conflictos apasionados y lastimeros, otorgan las concesiones oportunas no a quien las merece sino al que mejor campaña boicotadora ha llevado, los que, sin hacer nada, parece que lo hacen todo,  los que caminan con tacones de aguja para perforar a quienes estaban llamados a dejar huella.

Es urgente que los padres aprendamos a  saber educar en otro sentido, animar a nuestros hijos, no a que sean mejores ni peores que su hermano o primo, adiós a soltar el más mínimo comentario comparativo a nada ni a nadie, ni mucho menos a nosotros mismos.
¡Ey! Sí, también existe el boicot político… La crispación que genera esta clase es poderosa y excesiva, porque,  ¿qué hace cada uno de nosotros en sus pequeños o grandes círculos? En serio, ¿no te indigna más el boicot cotidiano? Hay tanto que hacer que no sé si nos queda hueco para enzarzarnos como lo hacemos con los de más allá, mientras que dejamos que el boicot de al lado, acampe a sus anchas.
No, no disculpo a nadie, aunque hay profesiones que por su vocación de servicio jamás pueden dedicarse a boicotear su propósito.
¿Qué tal si yo como médico me dedicara a boicotear la salud de mis pacientes? ¿O un maestro se dedicara a bloquear y anular el crecimiento de sus alumnos? ¿Acaso un artista  boicotea al público que paga por verle? ¿Y qué pasa con la clase política que se ha endiosado lo suficiente para boicotear el avance de un pueblo porque no les han votado? No quiero decir nombres populares ni sociales, ni otros que dicen estar con los ciudadanos, ni los que se sienten empoderados para engañar con los mejores argumentos ofrecidos hasta el momento.

Yo no elijo a mis pacientes, ni el profesor a sus alumnos, ni el vendedor al cliente y tenemos que sacar nuestro trabajo adelante por el bien común… EL BIEN COMÚN, no, no se trata de una mancomunidad de egos para boicotear todo lo que no sea “yo, mi, me, conmigo”.

Menos mal que existe el boicot heroico, al estilo de Robin de los Bosques o del apuesto Zorro, ellos sí boicotean buscando el bien común y la justicia… Y creo que deberíamos plantearnos no votar a ninguno de los que nos han fallado, ya está bien de aguantarnos con “lo que hay”. Son incapaces de articular los votos de un pueblo y no hacen nada creativo para remediarlo. Y entonces, ¿quién? ¿Dónde están los líderes que luchan por la verdad con verdad? El Padre Ángel… y tantos héroes anónimos que boicotean con armas poderosísimas que arrasan en silencio con el dolor de la Humanidad que no tiene otra raíz que la falta de amor;
Son heroínas que no se rinden a los pronósticos fatales de la Ciencia, hombres, mujeres, niños que boicotean a ladrones de cualquier condición, incluso a los de su misma sangre cuando son altamente peligrosos.
A vosotros, los que boicoteáis el boicot perverso sin saberlo o con pasión, gracias. Ojalá algún día podamos elegir como gobernantes a quien más se haya molestado en trabajar al lado de todas las persona, líderes al servicio del pueblo que van dejando su huella en Z o en cruz con desgarradora humanidad.
A ti, ciudadano de la Vida, deseo verte feliz en el lugar que tienes  reservado sin que te tengas que comer un boicot corrosivo con tenedor y cuchillo como si fuera el único entrecot de este momento histórico, que más que nunca precisa de materiales de máxima flexibilidad y genuina fortaleza para construir barcos que avancen hacia lo mejor en este pedazo de historia que nos toca navegar sorteando a los siempre bien camuflados,  piratas del boicot. 






martes, 13 de septiembre de 2016

ROALD DAHL. ¡100 AÑOS VIVO!


EL CHEF KARAMELO RINDE HOMENAJE A ROALD DAHL. HOY TOCA VITAMINA R.D.... Humor (¿negro?)  y al Pan, pan y al Vino, vino. La cruda realidad puede mostrarse desde ese punto de vista que logra despertar una sonrisa: mordaz, ingenioso, único.
"A veces se topa uno con padres que se comportan del modo opuesto. Padres que no demuestran el menor interés por sus hijos y que, naturalmente, son mucho peores que los que sienten un cariño delirante. El señor y la señora Wormwood eran de ésos. Tenían un hijo llamado Michael y una hija llamada Matilda, a la que los padres consideraban poco más que como una postilla. Una postilla es algo que uno tiene que soportar hasta que llega el momento de arrancársela de un papirotazo y lanzarla lejos. El señor y la señora Wormwood esperaban con ansiedad el momento de quitarse de encima a su hijita y lanzarla lejos, preferentemente al pueblo próximo o, incluso, más lejos aún.
Ya es malo que haya padres que traten a los niños normales como postillas y juanetes, pero es mucho peor cuando el niño en cuestión es extraordinario, y con esto me refiero a cuando es sensible y brillante. Matilda era ambas cosas, pero, sobre todo, brillante. Tenía una mente tan aguda y aprendía con tanta rapidez, que su talento hubiera resultado claro para padres medianamente inteligentes. Pero el señor y la señora Wormwood eran tan lerdos y estaban tan ensimismados en sus egoístas ideas que no eran capaces de apreciar nada fuera de lo común en sus hijos. Para ser sincero, dudo que hubieran notado algo raro si su hija llegaba a casa con una pierna rota.
Michael, el hermano de Matilda, era un niño de lo más normal, pero la hermana, como ya he dicho, llamaba la atención. Cuando tenía un año y medio hablaba perfectamente y su vocabulario era igual al de la mayor parte de los adultos. Los padres, en lugar de alabarla, la llamaban parlanchina y le reñían severamente, diciéndole que las niñas pequeñas debían ser vistas pero no oídas.
Al cumplir los tres años, Matilda ya había aprendido a leer sola, valiéndose de los periódicos y revistas que había en su casa. A los cuatro, leía de corrido y empezó, de forma natural, a desear tener libros. El único libro que había en aquel ilustrado hogar era uno titulado Cocina fácil, que pertenecía a su madre. Una vez que lo hubo leído de cabo a rabo y se aprendió de memoria todas las recetas, decidió que quería algo más interesante.
-Papá -dijo-, ¿no podrías comprarme algún libro?
-¿Un libro? -preguntó él-. ¿Para qué quieres un maldito libro?
-Para leer, papá.
-¿Qué demonios tiene de malo la televisión? ¡Hemos comprado un precioso televisor de doce pulgadas y ahora vienes pidiendo un libro! Te estás echando a perder, hija...
Entre semana, Matilda se quedaba en casa sola casi todas las tardes. Su hermano, cinco años mayor que ella, iba a la escuela. Su padre iba a trabajar y su madre se marchaba a jugar al bingo a un pueblo situado a ocho millas de allí.
La señora Wormwood era una viciosa del bingo y jugaba cinco tardes a la semana. La tarde del día en que su padre se negó a comprarle un libro, Matilda salió sola y se dirigió a la biblioteca pública del pueblo. Al llegar, se presentó a la bibliotecaria, la señora Phelps. Le preguntó si podía sentarse un rato y leer un libro. La señora Phelps, algo sorprendida por la llegada de una niña tan pequeña sin que la acompañara ninguna persona mayor, le dio la bienvenida.
-¿Dónde están los libros infantiles, por favor? -preguntó Matilda.
-Están allí, en las baldas más bajas -dijo la señora Phelps-. ¿Quieres que te ayude a buscar uno bonito con muchos dibujos?
-No, gracias -dijo Matilda-. Creo que podré arreglármelas sola.
A partir de entonces, todas las tardes, en cuanto su madre se iba al bingo, Matilda se dirigía a la biblioteca. El trayecto le llevaba sólo diez minutos y le quedaban dos hermosas horas, sentada tranquilamente en un rincón acogedor, devorando libro tras libro. Cuando hubo leído todos los libros infantiles que había allí, comenzó a buscar alguna otra cosa.
La señora Phelps, que la había observado fascinada durante las dos últimas semanas, se levantó de su mesa y se acercó a ella.
-¿Puedo ayudarte, Matilda? -preguntó.
-No sé qué leer ahora -dijo Matilda-. Ya he leído todos los libros para niños.
-Querrás decir que has contemplado los dibujos, ¿no?
-Sí, pero también los he leído.
La señora Phelps bajó la vista hacia Matilda desde su altura y Matilda le devolvió la mirada.
-Algunos me han parecido muy malos -dijo Matilda-, pero otros eran bonitos. El que más me ha gustado ha sido El jardín secreto. Es un libro lleno de misterio. El misterio de la habitación tras la puerta cerrada y el misterio del jardín tras el alto muro.
La señora Phelps estaba estupefacta.
-¿Cuántos años tienes exactamente, Matilda? -le preguntó.
-Cuatro años y tres meses.
La señora Phelps se sintió más estupefacta que nunca, pero tuvo la habilidad de no demostrarlo.
-¿Qué clase de libro te gustaría leer ahora? -preguntó.
-Me gustaría uno bueno de verdad, de los que leen las personas mayores. Uno famoso. No sé ningún título.
La señora Phelps ojeó las baldas, tomándose su tiempo. No sabía muy bien qué escoger.
¿Cómo iba a escoger un libro famoso para adultos para una niña de cuatro años? Su primera idea fue darle alguna novela de amor de las que suelen leer las chicas de quince años, pero, por alguna razón, pasó de largo por aquella estantería.
-Prueba con éste -dijo finalmente-. Es muy famoso y muy bueno. Si te resulta muy largo, dímelo y buscaré algo más corto y un poco menos complicado.
-Grandes esperanzas -leyó Matilda-. Por Charles Dickens. Me gustaría probar.
-Debo de estar loca -se dijo a sí misma la señora Phelps, pero a Matilda le comentó-: Claro que puedes probar.

(Matilda, 1988)