domingo, 16 de agosto de 2015

ÁNGELA´S EYE IN LONDON








¡Ay! Me tienes descolocada porque, por donde empezar, tu gente tiene muy claro su destino y la velocidad que han de infundir a sus pasos para llegar justo on time donde sus agendas señalan. No ha lugar para una mirada perdida ni para que otro ser se cruce por la ruta que sus pasos han decidido. El metro va rápido, las escaleras mecánicas más y los turistas multiplican con creces tanta prisa.
¿Reconocés ese reloj inmenso que junto a las campanas de tu abadía más precisa marca el curso del tiempo mientras es inmortalizado por los visitantes? ¿O tal vez prefieres el meridiano en uno de tus vecinos donde se sitúan sin errores las manecedillas de la existencia?
Ni me podía imaginar que fuera tan complicado hacer camino contigo entre cientos de piernas que terminan donde comienza mi cabeza, bolsos diferentes a los que los que veo en tus escaparates, brazos cubiertos de gabardina, abrigo ó desnudos en el mismo día, manos que sujetan un sandwich, un café y en el dedo libre, el móvil, carteras rigurosamente sosas, gafas vintage, sombreros estrafalarios y zapatillas imposible de hallar en otro lugar del planeta. Pero lo peor es que no puedo evitar que el peso que arrastran cada uno de los viandantes se me vaya trasladando a mi mochila de forma sigilosa.
No, no puede ser. Lo nuestro debe ir más despacio. Nunca me gustaron las prisas y en una relación con una city de esta envergadura hay que ir con pies de plomo. El hecho de que me mantenga soltera como perfecto estado civil conquistado, me hace desechar por imperativo ergonómico cualquier relación de conveniencia. Sí, tengo pendiente celebrar mi soltería como la mejor de las bodas, porque me casé conmigo en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi maravillosa vida. Lo siento, querido, pero me pillas muy soltera, la verdad. Sé que como buen inglés, me aceptarás como huesped invitado, pero la cuestión es cómo te encajo yo en mi circunstancia.
No lo sé, me tienes desconcertada porque hoy te vivo diferente que en nuestras anteriores citas, y si somos sinceros, tú apenas has cambiado, así que me temo que la culpa es mía y solo mía. Sí, lo reconozco, ya solo salgo con quien se lo merece, es decir, con el que aprecia la mutua compañía y mi soltería, insisto, que no quiero que te crees falsas esperanzas.
Vale, vale, intento poner de mi parte para conocerte y me tomo un te contigo en uno de tus  Caffé Concerto. Me ofreces uno de jazmín para que mis sentidos se recarguen junto a la pieza de tarta increíble que elegimos juntos y, mientras cierro mi boca para dejar que nuestro encuentro adquiera profundidad, me sorprende, enmarcada en la pared, una flauta sobre su partitura. Siento ganas de saltar de alegría, pero como eres muy polite, y tengo sentido del ridículo, me conformo con una foto para inmortalizar la magia de este momento, mientras el resto de los comensales se preguntan qué famosa partitura se lleva mi cámara. 

¿Sabías acaso el título de mi primer guión? No, ¡cómo lo vas a saber! Pero me has traído aquí y con esta señal aflautada me doy cuenta de que es la primera vez que hablas mi idioma, te abrazo con discrección, es un abrazo de agradecimineto, de esos que dan las solteras de vez en cuando.
Contenta, me llevas a esos almacenes que fabrican los estampados de mis sueños, los que protegen los diarios y textos con mis ideas luminosas, carpetas que alegran mis letras y las saben guardar. En tu Liberty escribo yo la mía.


Pero hay que continuar paseando por tu Oxford Street y aunque intentas apresurarme para que tome el autobús, mi mochila se sigue llenando de las bolsas y artilugios que portan los cientos de personajes con los que me cruzo. De pronto, me llegan cercanas las novelas de ese Londres de Dickens, donde los niños eran más vulnerables aún, las pestes eternas y la pobredumbre se instalaba espontánea a pie de calle. El asfalto que ahora soporta el peso de mis pies guarda tu memoria y como me gusta ser solidaria, me intento poner a tu altura.
Más despacio, necesito respirar, estás siendo muy abierto conmigo, demasiado diría yo, y hemos pasado a un nivel de sintonía para el que no estoy preparada. No sé si lo entiendes, pero…
Entonces, me tomas fuerte de la mano y sin vacilar, me situas sobre el Puente del Millennium. 

Respiro aliviada porque ahora me contagias la alegría del trabajo bien hecho, bueno, en este caso, tuvieron que rectificar, de acuerdo, pero lograron que este artilugio no se moviera… y yo ahora quiero celebrar todos tus puentes, los que nos hacen cruzar a la otra orilla para conectarnos. Contemplo tu río Támesis que ha aprendido a fluir a pesar de todos los reguladores del tiempo y lo hace libre, fresco. Paseo junto a las aguas que te colman de movimiento y mis pulmones se vuelven livianos a pesar de la contaminación. 

Mis pasos pesan menos y cuando de nuevo el asfalto y las prisas me pueden, contemplo el río, ese fluir de la corriente a través de los siglos, ese espacio que no tiene acotaciones y que puede ser surcado por quien se aventure a fabricar en el río olas de libertad que se contemplan magníficas desde ese otro ojo desde el que luces inmenso. 

De acuerdo, no porque te haya contemplado desde esta perspectiva voy a creer que te rindes a mis pies, a estas alturas ya me vas conociendo y sabes que necesitaba otro ángulo de visión, uno sin ataduras. Emprendemos el paseo de regreso a casa y tu abadía pone música poderosa y casi logras conquistarme mientras rendimos homenaje a los ingleses ilustres que nos precedieron. Mis ojos se detienen en la placa conmemorativa de Oscar Wilde con admiración, no es que no sienta lo propio con el resto, pero este escritor, es el de mis sueños. 

Te sonrío con prudencia, porque tal vez te pongas celoso al comprobar lo que un genio es capaz de obrar en mí, pero de nuevo me sorprendes y sin pensártelo tres veces, porque dos sí, tomamos uno de tus dobles autobuses rojos. Tate Street, 34 y mis párpados no pestañean ante la que fuera la casa de uno de mis maestros. Me invitas a que nos fotografíen, y te veo orgulloso de contar entre tus tesoros la memoria de vidas que aún hoy, nos siguen conmocionando.
 Me regalas un beso de este escritor que, aunque irlandés, te eligió como hogar de sus obras inmortales. Es un beso agradecido porque yo, feliz, te abrazo y recojo tu orgullo de CIUDAD que hoy, sí, ha conseguido una amiga más… Y que conste, te dejo la puerta entreabierta porque… porque querido Londres, nuestros ojos se encontraron.